Slow Travel
Jung y una furgoneta legendaria: así nace A Band in my Van
Sincronicidad
Inaugurar el blog de esta forma se me hace mitad extraño, mitad irónico -que no sarcástico- y, desde luego, 100% significativo.
No soy muy fan de creer en el destino, el mito de las cintas rojas japonesas o como cada uno quiera llamar a esa bonita poesía que pretende encontrar un sentido y direccionalidad lógica para este kumihimo que es la vida pero, lo cierto es que, hace más de 6 años me encontraba en este mismo rincón de la casa escribiendo la palabra SINCRONICIDAD en un Trabajo de Fin de Grado que debía poner punto y final a una carrera que, por el contrario, se quedaría en puntos suspensivos.
¿Qué son las coincidencias significativas?
En aquel momento las coincidencias significativas no eran para mi más que parte de una teoría que un tal Carl Gustav Jung se había inventado para dotar de sentido a una serie de hechos, cuyo contenido guarda una enorme conexión pero que se relacionan entre sí de forma, aparentemente, no causal.
WHAT?En definitiva, lo que llamamos una increíble coincidencia de toda la vida, de ésas tan inexplicables y remotas que nos resistimos a creer que pueden ser una mera casualidad y a las que tratamos de buscar un significado profundo.
Y así, amigos, es como nacen las teorías conspiratorias.Nunca sabes lo lejos que puede llevarte un golpe de «mala suerte»
El caso es que fuese por Jung, Pauli o los Illuminati, a mi tutora nunca jamás le convenció mi proyecto de «time lapse estenopeico» respaldado por las teorías de estos señoros -ahí tenéis la idea, a mi me sigue pareciendo precioso- y trataba, constantemente, de redirigirme por otros derroteros. Ante esta situación yo me desmotivé y jamás llegué a presentar nada ni a terminar la dichosa carrera que, por otra parte, nunca había llegado a convencerme del todo.
Total, que como lo de ser una nini de la vida tampoco me parecía ético ni autorrealizador, he estado, literalmente, años dando vueltas: trabajando de cosas que sólo eran mi medio de vida, intentando estudiar Veterinaria (que fue la carrera que, de niña siempre quise hacer y que después nunca me planteé por mis escasas habilidades con las matemáticas y las ciencias en general), tratando de subir mi nota media haciendo una FP de estética y cursando por el camino Auxiliar Técnico Veterinario -por si las moscas-, junto con un máster de capacitación para el profesorado y la preparación de un intento fallido de oposición.
¡Ay va, qué chorrazo!Eso último fue la gota que colmó el vaso. La frustración y la impotencia que sentí en el momento en que supe que, a pesar de cumplir con todos los requisitos, se me negaba el derecho a examinarme, no pueden describirse con palabras. Después de pelearme en vano con la Administración durante la semana previa a la fecha de examen, decidí tirar la toalla y, puesto que ya no iba a examinarme, aquel 23 de junio, terminé yendo a la boda de una amiga de la universidad, que se presentó en la iglesia con una preciosa Volkswagen T1.
Hay trenes que pasan sólo una vez en la vida. Y te la cambian.
El sueño de vivir viajando
Es curioso porque el ver aquella furgoneta en la boda, reavivó en mi un sentimiento que siempre estuvo presente: el de VIVIR VIAJANDO.
Siempre que había soñado en alto con la idea de recorrer el mundo en autostop, conociendo gente por el camino y encajando sus aportaciones como las piezas de un puzzle que acabaría contando mi historia, mis padres y algunos de mis amigos se llevaban las manos a la cabeza: -«Tú estás loca» -decían-. Y juro que, a veces, les entiendo pero enseguida se me pasa, y vuelven a revolotear en mi cabeza y en mi estómago las mariposas de la aventura, de despertar cada día en un sitio diferente sin saber cuál será. O no, pero al menos saber que tienes la opción de poder hacerlo.
Fuera como fuese -y porque, pese a estar loca, lo último que he querido en esta vida ha sido dar disgustos a mis pobres padres-, nunca llegué a tomar la decisión de coger carretera y manta hasta que, entonces, una vez recuperada del shock de las opos y con la determinación de tomarme unos días de descanso, se me encendió la bombilla y pensé: «vale, viajar en autostop no, pero… ¿y si soy yo quien conduzco?». Así me dije que no había mejor forma de invertir mis ahorros que en una furgoneta que me sirviera de automóvil, casa y todo lo que se le pusiera por delante ¿Qué argumentos tenéis en mi contra ahora?
¡Los números uno! ¡Chúpate ésa, coyote espacial!Desenterrar un tesoro en el momento preciso
La búsqueda exhaustiva en Milanuncios arrojaba opciones bastante jugosas: desde Transporters a Sprinters, pasando por Scudos y un montón de modelos que no me apetece listar. No mentiría si dijese que la clásica VW T1 siempre había estado on my mind poniéndome ojitos, pero sólo bastó ver los precios y lo complicado que podía resultar en ocasiones encontrar repuestos para desanimarme por completo.
Así estaba la cosa cuando, de repente…
¡Un pokémon salvaje apareció!Pues sí, amigos, allí estaba. Una flamante VW T2 alemana que, si bien no era la arquetípica T1, me enamoró en cuanto la vi. Restaurada hacía sólo 6 años (cuando yo escribía mi TFG sobre las casualidades significativas), motor reconstruido, pintura perfecta y… ¿-casi- dentro de mis posibilidades económicas? ¡Esto no puede estar pasando! ¡A Naut Arán que me voy!
Y un mes después esta preciosidad estaba en casa y a mi nombre. Qué sensación.
Por contextualizar, os diré que era mi primer vehículo y que, para el que no lo sepa, el bichillo tiene un motor de 1600cc, 56cv, es air cooled y tiene 4 marchas porque no conviene pasarla de 90km/h, por lo que, lo que se dice un transporte utilitario y funcional no es. Aún así, yo sigo empeñada en que es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Otra vuelta de tuerca
El poder de un icono
Aún así, lo asumo. Efectivamente, no es el vehículo más cómodo ni más sencillo de conducir pero sí aquel que hace sonreír a quienes pasan a su lado, no se si porque les recuerda a cuando la vida era más simple, la gente corría menos y necesitaba menos también pero, el caso es que, en torno a ella tiene un halo que refleja el espíritu de toda una generación y, pese al paso de los años, continúa siendo un símbolo de libertad, puestas de sol veraniegas y viajes infinitos.
Y, por mucho que me digan que estoy loca, estoy segura de que no soy la única a la que eso le hace soñar.
¿Tenemos la capacidad de dejar huella?
Y entonces fue cuando entró en juego eso de lo que yo no puedo separar ni mis viajes, ni mi sensación de felicidad, ni mi vida en general: la música. Gracias a ella he aprendido a superarme -o a intentarlo-, he gestionado miedos personales y he conocido gente maravillosa; haciendo música he vivido algunos de los mejores momentos de mi vida y de los que atesoro con más cariño.
¿Qué pasaría, entonces, si yo tuviese entre las manos algo que me permitiera «cambiar un poco el mundo»? Que me permitiera compartir lo que más feliz me hace en la vida (la música) y un modelo de vida que pretende separarse de esa globalización feroz que todo lo puede,que nos hace necesitar más para ser menos felices, y, lo que es peor, que nos está despojando de nuestra individualidad e identidad para convertirnos en masa. No digo que no se pueda hacer por otros medios, pero no todos son tan icónicos ni tienen tanto significado implícito en su simple presencia.
Así es cómo, lo que otrora me hubiera parecido una locura, empezó a cobrar sentido y, me encantaría que, tras haberlo intentado materializar, con mejor o peor suerte en este texto, ahora tenga un poco más para vosotros también ¿ME ACOMPAÑÁIS EN ESTE VIAJE? 🙂